Mi cita a ciegas

No recuerdo nuestra primera cita, por ello, me gusta recrearla de esta manera…

Era una tarde calurosa del mes de Marzo. Me encontraba en una estancia algo pequeña donde un grupo de personas iban y venían, intercambiando palabras sueltas e inconexas que yo no llegaba a entender. Me sentía aturdida. Esas personas me llevaban de un lado a otro sin escuchar lo que yo trataba de decirles. A pesar de que mis ojos no veían con claridad, giré ligeramente la cabeza tratando de encontrarla siguiendo el eco de su voz, esa voz que me resultaba tan familiar. Sólo necesitaba sentirla cerca, sentir su tacto y oir su voz…

Las últimas horas habían sido muy tristes por lo que no podía dejar de llorar desconsoladamente: había tenido que dejar repentinamente el que había sido mi hogar hasta ese día. Sin apenas tiempo para recoger mis pertenencias me habían literalmente empujado fuera de mi pequeña y acogedora guarida.

Tenía frío, mucho frío. Notaba que mis fuerzas iban flaqueando, y ya apenas podía siquiera llorar. En ese momento, una de las personas del grupo me envolvió con una manta. Yo pensé que se había dado cuenta que tenía frío y quería ayudarme, pero enseguida noté que, con esa manta me había inmovilizado. Ahora, no sólo no me escuchaban, sino que tampoco dejaban que me moviera. ¡Estaba atrapada!

Presa del pánico volví a llorar con todas mis fuerzas. Lloré tan fuerte que apenas percibí que algo estaba cambiando a mi alrededor: la voz familiar se acercaba a mi, ¿o era yo la que me acercaba a ella? De repente, sentí un peso en mi cuerpo, y un leve roce en mi cara. Seguía sin ver imágenes nítidas, pero al oir su voz tan cerca, me dí cuenta que la había encontrado. Es curioso que tan pronto dejé de llorar noté que ella también lloraba. Había sido una aventura muy dura para las dos, pero, al final, nos habíamos encontrado, y eso era lo realmente importante.

Fue un momento especial. Aunque nos conocíamos desde hace tiempo, era la primera vez que nos encontrábamos cara a cara. Yo no era capaz de articular palabra, por lo que fue ella la que habló: “No llores, mi vida, ya estás con mamá. Todo irá bien.” Y a partir de entonces, todo fue bien.

Y así fue como mi primera cita a ciegas resultó ser todo un éxito. Era un apuesta segura, lo reconozco. Hoy tengo otra cita con ella: a pesar de los años seguimos viéndonos a menudo y seguimos sintiendo la conexión de ese primer encuentro (o eso me gusta pensar).

FELIZ DÍA DE LA MADRE

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