Entrena tu alma

Son las 20:58 de un caluroso viernes del mes de junio. Sólo faltan unos minutos para que den el pistoletazo de salida, y siento una maraña de nervios y excesiva euforia propias del momento previo al inicio de la carrera. Empiezo a mirar a mi alrededor: me siento como si estuviera en una película donde el tiempo se ralentiza, y, no soy capaz de escuchar ninguna conversación concreta, sino más bien un murmullo de gente a mi alrededor que grita y ríe presa de los nervios. Sin embargo, por encima de este murmullo resuena en mis oídos mi propia respiración. Estoy en una de las carreras populares nocturnas más importantes de Valencia y me esperan por delante 7 kilómetros de duro asfalto adornado con las bohemias luces de las farolas, que me harán compañía durante este trayecto.

Por fin, oigo la señal que da comienzo a la carrera. Cual lobos en manada salimos todos juntos, y cruzamos el arco que marca la salida con la adrenalina a flor de piel. Me siento bien, me siento preparada y sé que voy a ser capaz de acabar esa carrera con un buen tiempo. Cuando llevo unos diez minutos corriendo, comenzamos a disgregarnos en pequeños pelotones según nuestro ritmo de carrera. De repente, el pelotón en el que me encuentro toma una curva muy cerrada, y, al final de la misma aparece ante mis ojos una pendiente ascendente de considerable inclinación. En ese momento se me cae el alma al suelo. Madre mía – pienso – yo no estoy preparada para esto. Sin perder la calma, miro a mis colegas para ver qué hacen y cómo se comportan. Todos parecen llevarlo dignamente. Sin embargo, yo comienzo a perder fuelle. Mis pulsaciones empiezan a subir rápidamente, y comienzo a sentir un nudo en la boca del estómago. No, yo no me he preparado para esto.

¿Qué he hecho mal? No lo entiendo. Desde hace más de un año, me he preocupado de llevar una dieta equilibrada, de comprar unas zapatillas adecuadas a mi pisada, y, por supuesto, de hacer entrenamientos cuatro veces por semana. Sin embargo, cuando llego a la carrera, me siento una novata porque no estoy preparada para encontrar este tipo de obstáculos en el camino: mis queridas, y a la vez odiadas, pendientes.

Algo muy similar nos ocurre en el mundo empresarial: en la mayoría de ocasiones, entrenamos a los empleados para que tenga conocimientos técnicos o profesionales adecuados al puesto (esa sería la dieta equilibrada), les proveemos de herramientas adecuadas para poder realizar su trabajo (las zapatillas de running), y los formamos en los procedimientos que deben seguir (el entrenamiento). Sin embargo, nuestra carrera profesional es un camino de obstáculos donde nos vamos a ir encontrando con escenarios diversos: situaciones conflictivas, y tensas, en otras ocasiones, frustrantes, y, por supuesto, también situaciones exitosas que habrá que saber llevar. ¿Estamos entrenando a nuestros empleados para hacer frente a todas estas situaciones? Lamentablemente, la respuesta es no, pues, aunque hay despuntes de una nueva era o nuevas tendencias formativas, la verdad es que todavía estamos lejos de un escenario ideal donde todos los empleados sean capacitados para liderar activamente su “carrera” profesional. Y la clave para poder prepararnos como “runners laborales” es entrenar el alma. En este sentido, podríamos decir que cuando formamos a una persona en una herramienta ofimática, estaríamos entrenando su cerebro para que pueda ejecutar y manejar el programa. Sin embargo, cuando hablamos de entrenar ciertas capacidades, para gestionar y ser los dueños de nuestro estado anímico y emocional, aquí, debemos hablar de otro tipo de entrenamiento, el del alma.

El entrenamiento del alma se focaliza en fortalecer cuatro capacidades básicas:

– Autoconocimiento: es la base sobre la que se asientan el resto de capacidades y, además, será la llave que abra la puerta de nuestro alma. El autoconocimiento es definido en la psicología evolutiva como la capacidad de introspección y la habilidad de reconocerse como individuo. Mediante este proceso de introspección, seremos capaces de identificar nuestras fortalezas y debilidades, nuestros valores y actitudes, así como nuestras creencias limitantes, miedos y amenazas. Aunque el proceso a priori puedo resultar obvio, es necesario entrenar esta capacidad por medio de actividades de observación de nuestros comportamientos, siendo el espectador de nuestra vida, así como actividades de análisis e interpretación de dichos comportamientos. Estas actividades nos proveerán de la información clave para poder entrenarnos en las siguientes áreas.

 

20170124_145241.jpg– Resiliencia: esa gran desconocida, y a la vez, tan necesitada capacidad que nos ayuda a enfrentarnos positivamente a situaciones adversas. Tiene mucho que ver con saber relativizar los problemas y orientarlos como baches totalmente anecdóticos y fáciles de superar. La resiliencia está íntimamente relacionada con la gestión de la frustración. Inevitablemente, todos nos enfrentamos en algún momento de nuestra vida a situaciones tensas: tu jefe que te exige más de lo esperado, hay una falta de comunicación dentro del departamento que enturbia las relaciones, un cliente que nos pide algo que no está en nuestras manos poder realizar… Por ello, es importante que entrenemos cómo afrontar estas situaciones de manera constructiva, evitando quedar abocados a un estado de constante estrés que, habitualmente, no nos llevará a la resolución del problema. Entrenar la resiliencia no es tarea fácil: una vez hemos realizado el proceso de introspección hacia nuestro autoconocimiento, somos capaces de enfocarnos sobre nuestras fortalezas, pero al mismo tiempo trabajar las debilidades: talleres para trabajar los diferentes puntos de vista sobre un mismo tema, así como ahondar sobre las razones que llevan a los demás a hacer o decir según qué cosas, nos ayudará a abrir nuestro foco más allá de nuestra propia realidad. Esto será de suma importancia para comenzar a visualizar el mundo de una manera más positiva.

– Escucha activa: pues sí, lamentablemente a todos nos suena la frase “escuchamos para responder, no para comprender”. Es una capacidad que ha caído en el olvido en los últimos años, y que perderla por completo supondría un aislamiento de las personas, y consecuentemente la ausencia de relaciones humanas. La escucha activa es la capacidad de atender al mensaje de nuestro interlocutor abiertamente y sin obstáculos. Cuando realmente queremos escuchar, debemos desconectar nuestra alma del mundo que nos rodea, y mirar a los ojos de la persona que nos está hablando, de manera que nuestro cuerpo, mente e incluso nuestra mirada sea interpretada por el interlocutor como “mi atención está plenamente enfocada a tu mensaje”. En este estadio hay infinidad de posibilidades formativas, que, en ocasiones, son incluidas como pequeñas píldoras dentro de una formación de comunicación eficaz. Sin embargo, la realidad es que la escucha activa tiene suficiente complejidad y contenido para ser, por sí misma, un curso completo. Además, la programación neuro-lingüística (PNL) ayuda muchísimo en temas de comunicación, y cuenta con interesantes planteamientos, que pueden resultar muy útiles en el entrenamiento de la escucha activa.

– Empatía: muy vinculada con las tres anteriores, la empatía es la capacidad que nos ayuda a conectar y a entender a los demás con imparcialidad y sin prejuicios. Hay personas que parecen tener la empatía en los genes, y lo notas rápidamente, porque al hablar con ellos, te sientes como si te conocieran perfectamente: entienden cómo te encuentras o cómo te hacen sentir determinados comportamientos o comentarios de otros. Sin embargo, si no es algo innato, siempre podemos entrenarlo: algunas dinámicas que se utilizan mediante role-playing permiten al individuo repetir una escena desde diferentes roles (el que ataca, el atacado, el espectador…). Esto ayuda a “ponerse en los zapatos del otro”, y de esta manera, entender cómo se sienten y cómo son sus reacciones. Si pensamos en estas cuatro capacidades como básicas, deberíamos hacer que se entrenaran desde la tierna infancia. De hecho, es obvio que son muy útiles tanto fuera como dentro del entorno laboral.

Como responsables de desarrollo del talento poco podemos hacer por integrar el entrenamiento de estas capacidades en la escuela. Sin embargo, tenemos la clave para preparar a nuestros empleados, incluyendo dichas formaciones en la base de nuestros marcos formativos orientados al desarrollo.

Incluso antes de hablar de conocimientos teóricos o de herramientas, deberíamos garantizar que nuestros empleados entrenan las cuatro capacidades básicas que les acompañarán en el viaje hacia su desarrollo profesional. Porque entrenar estas capacidades, es desarrollar profesionales con alma.

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